domingo, 30 de octubre de 2011

Algo distinto.

1:
Llamémosla X. Es una chica normal, que no destaca por su forma de vestir. Simple y discreta, así se considera. Aunque no tiene muchos amigos, no es una persona solitaria. Nunca se ha enamorado... Bueno, ahora sí. Amor a primera vista, aunque si somos exactos, a tercera. La primera vez que lo vio bajaba las escaleras de su casa. Se cruzó con él, y se da cuenta de que nunca antes lo había visto por allí. Pensó que era un nuevo vecino y se percató de su destartalada forma de andar.
 La segunda vez que lo vio, fue en la parada de autobús que había cerca de su casa. Sólo se saludaron, y X lo miró varias veces de reojo. Le pareció atractivo.
La tercera vez que se encontraron,fue esa misma tarde, cuando X compartía un agradable rato en la terraza de su cafetería habitual con su mejor y más extraño amigo. Él pasó por allí, a toda prisa. X lo saludó, pero no recibió respuesta. A los cinco minutos, el chico volvió a pasar otra vez por allí, y esta vez, la saludó con una amplia sonrisa. X pensó que había vuelto adrede para saludarla. X pensó que era el hombre más maravilloso del mundo. X compartió sus sentimientos, como siempre hacía, con su extraño amigo, ese del que no sabía nada salvo que vivía a dos calles de su casa y que le gustaba el café tailandés. Mantenían una relación un tanto peculiar. X le contaba todo lo que le pasaba, era como su diario personal, mientras que él, se limitaba a escucharla, y en casos realmente importantes, le daba algún consejo. Nunca le había hablado de su vida privada.
Éste volvió a escucharla. Vaya, incluso X se dio cuenta de que éste era un caso importante.

2:
Llamémosle W. Es un chico guapo. Tiene buen gusto para vestir, y su presencia siempre es agradable. No se consideraba egocéntrico, pero debía reconocer que siempre
habían decenas de chicas detrás de él. Esto le resultaba indiferente.  Se acaba de mudar de ciudad tras acabar sus estudios. Salía a pasear todos los días desde entonces. Un día, tras dar un largo y tranquilo paseo, subía las escaleras de su nuevo edificio. Se cruzó con una chica despistada. W entró en su casa, y preparó café para uno, como siempre. Se había fijado en las zapatillas de marca de la chica, tenía buen gusto para calzarse al menos. Intentó acordarse del resto de vestimenta y de la cara, pero no lo consiguió.
Bebió su café mientras que leía un buen libro sentado en el ancho y acomodado alféizar interior de una ventana de cristal de Praga, desde la que se veía toda la ciudad.

Varios días después,un martes, descubrió que había una línea de autobuses que iba directa a un museo de fotografía. Por la tarde de ese mismo día, se dirigió hacia la parada. Allí volvió a ver a la chica de las zapatillas de marca con la que se había cruzado en la escalera. Se saludaron, y W se percató de que aquella chica lo había mirado varias veces de reojo. Mierda. Odiaba que las chicas lo miraran. Odiaba que las chicas se interesaran por él.
Inexplicablemente, tenía un gran éxito entre ellas... Lástima que él no buscara eso...

Visitó el museo durante dos horas, y después, cogió el autobús de vuelta a su casa. Éste le dejó una parada antes , por lo que tuvo que andar durante más tiempo. Se dio cuenta de que ,si no se daba prisa,  se perdería su serie preferida. Empezó a andar rápidamente, cuando, vio que a lo lejos, se encontraba él...
Él. El chico que lo volvía loco. El chico por el que se había cambiado de ciudad, tras compartir cuatro años de residencia universitaria. Irremediablemente, se había enamorado de ese chico misterioso, que no mostraba sus sentimientos. Nunca se atrevió a decírselo, ya que ni siquiera tenían demasiada confianza.
Cuando acabó sus estudios, tuvo que elegir ciudad para trasladarse a vivir su nueva vida. Casualmente, la ciudad en la que él vivía estaba entre las opciones.
Se paró en seco, y estuvo unos segundos observándole desde lo lejos. Seguía igual que siempre, eso le alegraba.
Retomó el paso, esta vez más rápido que la vez anterior, y pasó a su lado, a toda prisa. Se dio cuenta de que, como no, tomaba un café tailandés, y que, casualmente, lo hacía con aquella chica con la que se había encontrado en varias ocasiones, una de ellas ese mismo día.
Giró la esquina, y volvió a pararse. Se sentía fatal; después de más de seis meses sin verlo, ahora había sido así, un fugaz encuentro, y él ni siquiera le había visto. No podía ser así. Reflexionó un rato, y, gracias a un impulso, volvió a pasar por allí. Saludó amablemente, para que él notara su presencia. No lo hizo, en cambio, aquella chica volvió a saludarle. En cuanto llegó al final de la calle, salió corriendo. Todo iba mal.

3:
Llamémosle Z. Es un chico tímido, callado y solitario. No tiene a nadie, aunque le encanta rodearse de masas de gente. Vive solo, y no tiene interés alguno por nada. Piensa que padece anhedonia, que ésta empezó a desarrollarse en su cabeza cuando se enamoró por primera y única vez. Fue un maldito otoño, cargado de sentimientos, miradas, suspiros e interminables fracasos para conseguir a la persona que deseaba.  Ella lo ignoró, como solía hacer el resto del mundo, e inconscientemente, le arrancó el corazón y lo pisoteó.
Gracias al tiempo, no seguía enamorado, aunque ahora la odiaba con cada parte de su ser.
Había cambiado de ciudad desde entonces, y gracias a su adicción al café, había conocido a una compañera de vida. Z lo agradecía, ya que era la única persona con la que tenía algún tipo de relación.
Eran amigos, y siempre quedaban en la misma cafetería, ya que se conocieron allí. A ojos de Z, ella era un libro abierto , que no tenía ningún pudor ni reparo en contarle todas las cosas que le ocurrían, mientras que él, se mostraba tan callado y distante como siempre lo hacía con todo el mundo. Un día, ella le contó que se había enamorado de un chico al que sólo había visto tres veces. Situación de emergencia.
-X, eso es imposible, no puedes enamorarte de alguien al que no conoces... Sólo conoces su apariencia, y que sea guapo no significa que sea el hombre de tu vida.
-Z, te digo la verdad, no sabes lo que siento cada vez que le veo... Es algo especial...
-Mira, te pongo un ejemplo; imagínate que tú y yo nos queremos... y que te beso. ¿Te parece algo absurdo?
- Por supuesto, está claro que entre tú y yo no hay ni habrá nada, es imposible, no sé nada de ti, ni siquiera quieres decirme el lugar exacto en el que vives ni por que te gusta tanto el café tailandés...
- Eres idiota. Acabas de darme la razón.

Z se quedó pensando un rato, e imaginó lo que segundos antes había dicho, él besándola... Una fugaz sonrisa llegó a su cara, y le dio un vuelco el corazón. Mierda. Había vuelto a enamorarse de la persona equivocada.

Personas.

Las personas tienen sueños. La personas deciden que personas son la compañía adecuada para pasar cada estación del año. Las personas eligen personas.
Yo también soy persona, por lo que, también tengo sueños. He estado varios días planteándomelo, y he llegado a la conclusión de que mi sueño eres tú.
¿Sorprendente? Para nada, más bien obvio.
Si esto era obvio, también debe serlo el conocer que quiero compartir mis cuatro estaciones de todos mis años restantes contigo. Y que como persona, sólo puedo elegirte a ti. No sé que me pasa, no sé ni siquiera porque estoy enamorada, pero, sí se que me encanta estarlo, y que aunque sea peligroso para la química interna de mis sentimientos, en el fondo, no deseo otra cosa que estar a tu lado.
Siempre estamos quejándonos porque el destino nos odia, ¿pues sabes qué? Quizá no sea así, quizá el destino que nosotros entendemos por destino no existe... Quizá mi destino seas tú, aunque hoy sea un día de mierda.

lunes, 10 de octubre de 2011

Bohemian life.

Ella está sola. Por las noches, tiene pesadillas. Apenas duerme. Nunca sonríe. Se pasa los días componiendo canciones, ahora sólo vive para eso. También come y se ducha, pero poco, no lo necesita.
Antes, amaba las mariposas. Ya no existen mariposas para ella. Antes, le gustaba decir tonterías, pero... ya no las dice. Antes, te necesitaba. Eso ahora no ha cambiado.

Hoy es un día cualquiera, que sigue la monotonía de los anteriores. Ella se despierta y se pasa una hora mirando al techo. No piensa en nada, pero piensa en todo. Se levanta de la cama, y no la hace. Lleva desecha una semana.
 Se pone una camiseta cualquiera que hay tirada por el suelo, sale de su habitación por primera vez en 16 horas, y va a la cocina. Está vacía. Se pasa un largo rato preguntándose que puede desayunar, aunque sean las cuatro de la tarde. Al fin, decide tomar leche con cereales, ya que prácticamente, es lo único que hay. Sale a su terraza con vistas al mar, y se tumba en una tumbona a desayunar. Después, se mete en la ducha, tras varios días sin hacerlo.  Le encanta sentir el agua caliente mojándola. Le encanta estar de pie, con los ojos cerrados, bajo la ducha, y ponerse a pensar en cosas que no se atrevería a pensar en otra situación. Sale de la ducha, y mojada, se pasea por el pasillo, dejando un rastro de agua. Le da igual.
En su habitación, se pone un albornoz que encuentra hecho una bola al fondo del armario, y, cuando está seca al fin, se viste rápidamente, con lo primero decente que ve. Coge su guitarra y una mochila, y sale de casa. Baja corriendo por las escaleras. Anda unos cinco minutos, y, llega a la playa, que se mantiene desierta. Es otoño, y por ello, a ésta la han abandonado los colores alegres que la acompañan en verano, y en su lugar, se han sustituido por tonos ocres.Como a ella le gusta. Saca dos esterillas de la mochila, y las coloca en la arena. En una, se sienta ella, y la otra... siempre está vacía desde que tú ya no estás. Saca la guitarra de su funda, y empieza a tocar una canción que compuso la noche anterior. Se atreve también a cantar un poco, en voz baja. El viento revolotea su pelo, y enfurece a las olas. A ella no la enfurece nada..
Mientras que contempla el mar, llega un fugaz recuerdo a su memoria. Por primera vez en mucho tiempo sonríe.
Sigue allí, solitaria,un rato más, hasta que, un perro que paseaba sin dueño por la orilla, también solitario, se acerca y se queda observándola.
-¿Te gusta?- Le pregunta ella, refiriéndose a la canción.
El curioso perro sigue mirándola quieto, hasta que, da unos pasos, y se acomoda en la esterilla desocupada que tú vaciaste. Ella lo mira y se alegra. Ya era hora de que alguien ocupara esa dichosa esterilla.

sábado, 8 de octubre de 2011

Cuando eran 22.

Estaba escrito. Lo sabia. Te lo dije. Ahora soy yo la que escribe, intentando mantener una caligrafía pulcra, pero no, sólo consigo letras desiguales destartaladas en una hoja de papel amarillenta. Me invaden la parsimonia y la tristeza. Intento mantenerlo todo en un típico orden que yo detesto, pero en el que al fin y al cabo, se basan mis días. Gracias a lo que sea, no consigo que nada esté en orden, y mucho menos mi cabeza.

 En una ocasión alguien me dijo que se imaginaba mi mente como una espiral de cosas y pensamientos absurdos, sin principio ni fin. Es una buena teoría sobre como pueden estar organizadas mis ideas,pero no mi mente. Mi mente es más bien, como una situación en el desván de una casa antigua. El desván alberga mil historias y recuerdos, guardadas en cajas llenas de polvo, y cada vez, se van añadiendo más. Hay algunos que están muy escondidos, pero, mira por donde, un día te da por subir allí a hacer limpieza y ordenarlo todo, y metes recuerdos sin importancia en bolsas de basura. Ya has acabado, y justo cuando vas a irte, te tropiezas con una caja muy vieja, que ni siquiera recordabas que existiera, pero bueno, la curiosidad te llama y la abres, y empiezas a recordar un maravilloso día de tu vida que ya habías borrado de tu memoria. Te sonríes a ti mismo al hacerlo, y, después de un pequeño instante de reflexión, vacías las bolsas de basura, y vuelves a dejar las cajas en el desván, esperando a que, dentro de algún tiempo, vuelvas a toparte con ellas después de haber olvidado su existencia.

Me encanta cuando las palabras empiezan a cambiar de significado. Me encanta quererte. Detesto que tú no lo hagas.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Bienvenue


Y vuelvo como si nada. Me siento culpable aún cuando mando yo, y no le incumbe a nadie más. Llámame rara. Pensaba que no necesitaría más ningún estúpido blog perdido por internet, sin lectores, para desahogarme, pero, visto lo visto, aquí estoy. No sé a que achacarlo, puedo echarle la culpa a mis noches de continuas reflexiones, en las que me planteo si vale la pena seguir como siempre. También puedo echársela al peso de los kilómetros. Malditos klómetros. Apenas se aprecian... No se ven. Pero se sienten más que nada. Pesan. En tu cabeza , y también en tu corazón. Siempre preferí los milímetros, junto a los roces, los suspiros cargados de emociones, la piel que separa nuestros seres, las mantas en invierno, los milímetros, como y dije. Nada de distancias, no las
mantengo nunca. Pero por culpa
de las circunstancias, aquí estoy,
separada, a cuatro horas de la felicidad.