lunes, 21 de noviembre de 2011

Escrito en el cuerpo. J.W.

Escrito en el cuerpo hay un código secreto, sólo visible bajo ciertas luces; los pasos de toda una vida se acumulan en él. En algunos sitios el palimpsesto está tan trabajado que las letras, al tacto parecen braille. Me gusta guardar mi cuerpo enrollado, lejos de las miradas curiosas. Sin llegar nunca a desplegarme demasiado, a contar toda la historia. No sabía que sus manos  podían leer. Él me ha traducido convirtiéndome en su propio libro.

Unintended.

Te sorprende hasta que punto puede ser rara y difícil esa delicadísima y mágica armonía en la que tu mundo parece sonar de repente de la manera adecuada. Son instantes. Instantes que deberían vivirse en profundidad porque son inusuales. Y porque en ocasiones pueden concluir de repente sin que haya un auténtico motivo.
Se desvanecen. Se pierden. Se encuentran entre ellos haciendo que nos sintamos en una nube, o en el edén. Son instantes perfectos, tan preciosos, que a su lado el cielo se vuelve feo. Son instantes efímeros, que se pierden como los suspiros lo hacen en el aire. Son el oxígeno que toda mente necesita para subsistir. Instantes llenos de ilusión, que hacen que te sientas en una profunda oscuridad cuando se van. Instantes que ya nunca vuelven.

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Y los sueños me guían. Tú y yo en las alturas. Una ala del avión corta una nube, la atraviesa, la hiere, y ella, suave, se deja hendir y después permanece suspendida en el vacío de ese infinito espacio que comparte con nuestros pensamientos durante unos instantes de mentes perdidas.