sábado, 8 de octubre de 2011

Cuando eran 22.

Estaba escrito. Lo sabia. Te lo dije. Ahora soy yo la que escribe, intentando mantener una caligrafía pulcra, pero no, sólo consigo letras desiguales destartaladas en una hoja de papel amarillenta. Me invaden la parsimonia y la tristeza. Intento mantenerlo todo en un típico orden que yo detesto, pero en el que al fin y al cabo, se basan mis días. Gracias a lo que sea, no consigo que nada esté en orden, y mucho menos mi cabeza.

 En una ocasión alguien me dijo que se imaginaba mi mente como una espiral de cosas y pensamientos absurdos, sin principio ni fin. Es una buena teoría sobre como pueden estar organizadas mis ideas,pero no mi mente. Mi mente es más bien, como una situación en el desván de una casa antigua. El desván alberga mil historias y recuerdos, guardadas en cajas llenas de polvo, y cada vez, se van añadiendo más. Hay algunos que están muy escondidos, pero, mira por donde, un día te da por subir allí a hacer limpieza y ordenarlo todo, y metes recuerdos sin importancia en bolsas de basura. Ya has acabado, y justo cuando vas a irte, te tropiezas con una caja muy vieja, que ni siquiera recordabas que existiera, pero bueno, la curiosidad te llama y la abres, y empiezas a recordar un maravilloso día de tu vida que ya habías borrado de tu memoria. Te sonríes a ti mismo al hacerlo, y, después de un pequeño instante de reflexión, vacías las bolsas de basura, y vuelves a dejar las cajas en el desván, esperando a que, dentro de algún tiempo, vuelvas a toparte con ellas después de haber olvidado su existencia.

Me encanta cuando las palabras empiezan a cambiar de significado. Me encanta quererte. Detesto que tú no lo hagas.

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